Mi madre
En mayo 2010, a través de la Editorial Pintar-Pintar llega este libro como un regalo insólito, para ponernos la vida al margen de la vida, en el territorio infinito del recuerdo, donde el paisaje y las estaciones son rostro, donde todo se cura y todo es consuelo, donde no hay malos entendidos ni suspicacias porque se habla un solo y original lenguaje: el idioma del amor.
Qué me importaba el idioma
si abrazaba como nadie
si amasaba bollos suizos
y napolitanas de hojaldre.
Mi madre es el nuevo poemario que entrega Aurelio González Ovies a los niños y a todos, y con él los espacios inagotables del recuerdo sin fecha, del sol que es El Sol, de la fresa que es La Fresa, del mundo del niño sostenido por la mirada, por la atención, por la mente siempre alerta y vigilante de la madre, amor en acto sin suspensión de su actividad, que sostiene y alumbra la sagrada cotidianeidad de la infancia.
Hablaba con los ángeles
y tan sólo con mirarle
un mapamundi de amor
se reflejaba en mi madre.
Al dar la vuelta a la llave mágica, llave de verso, el lector se encuentra inmerso en la atmósfera de su alma de niño, en su propia edad de oro, en esos momentos que se han vivido sin saber que crecen en la raíz del tiempo y que la luz que atrae sus ramas es el amor de la madre, el único amor porque sí, el esencial, el Absoluto, el que se expresa sin palabras en el gesto, en la mirada, desde el insondable manantial donde la pena se une con el consuelo, y la nostalgia se convierte en la flor del ahora:
Mi madre no sabía idiomas
pero era tan cariñosa...;
Los puntos suspensivos nos conducen a la estación de la belleza y del consejo que hace explosión bajo la forma de un tercer y cuarto verso, dística moneda de oro para siempre en las alforjas del alma:
me decía que con empeño
puedes lograr cualquier cosa.
Memoria fiel en el margen de la vida al que nos ha conducido el poema; arrodillada sobre su reflejo en las aguas que se escapan, se confirma como perteneciente a un mundo demasiado hermoso, oloroso a pan e iluminado desde sus adentros, donde todos los hilos urden una sola trama de plenitud.
No sabía idiomas, qué importa.
Yo le ponía en todo un diez.
Hacía faldas escocesas
y tejía con punto inglés.
Este ambiente pleno que se enuncia en copretérito nos arrastra al país fragante del antes, que se vuelve más grande y hospitalario cada vez que retornamos a él.
Una puerta para el retorno es este libro ilustrado, cuyos colores apetecen los rosas, amarillos y azules con que se pinta la infancia en el recuerdo.
Las ilustraciones de Job Sánchez son puro gozo que respira en la confiada inocencia del color. Que abrazan como abrazan los niños a su madre, sin temor al qué dirán o a las repercusiones del abrazo.
Desintelectualizadas, juegan con el blanco del que brotan como un niño en una fuente. Refrescan, serenan, alegran. Son buenas conductoras de la nostalgia y amables guías para regresar del margen a la vida, que irremediablemente nos tiene entre sus manos.
Imágenes: web de Pintar-Pintar